Generalmente, la sustentabilidad en la arquitectura se asocia a las operaciones de diseño que hacen más eficiente un edificio en todos los sentidos, pero en la mayoría de los casos se centra en el ámbito energético, tecnológico, funcional o relacionado con la materialidad y los recursos económicos.
Sin embargo, gran parte de los proyectos que publicamos en nuestro sitio incorpora el componente social como punto relevante dentro de sus diseños, logrando ir mucho más allá de estos temas e involucrando a sus usuarios.
¿Qué tan relevante puede llegar a ser el componente social en la búsqueda de una arquitectura realmente sustentable?
Involucrar a los usuarios y volver al inicio. Este tema en muchos casos ha pasado a segundo plano y parece ser fundamental, ya que no sólo tiene que ver con que los habitantes participen de los procesos que hacen más eficiente su propia casa, por ejemplo, sino también con acercar la buena arquitectura -y sus beneficios- a mucha más gente. Es aprovechar la eficiencia para entregar una mejor calidad de vida a las personas desde el origen de cada proyecto, y a partir de la concepción inicial de una calidad de vida básica.
Eficiencia en los materiales usados y en la mano de obra, pero también en el diseño, basado en una correcta orientación solar, una buena ventilación, la generación de espacios comunitarios, entre muchos otros aspectos. Algo que parece tan obvio como una arquitectura que se hace sustentable al responder en primer lugar al usuario y sus necesidades básicas.
Hacer parte a los habitantes de los procesos que mejoran su vida en las ciudades o en lugares remotos y/o el hecho de ponerlos como punto de partida al proyectar, puede llegar a ser mucho más sustentable a largo plazo que la aplicación de tecnologías de alto costo o el abuso del verde a modo de “parche”.
El componente social entrega la oportunidad de dar un gran paso hacia la equidad, a través de operaciones simples que pueden marcar la diferencia en la calidad del habitar, generando el apego necesario para que todo esto se sustente en el tiempo. Un claro ejemplo de esto último es el caso de la Escuela Nueva Esperanza, de la oficina al bordE, en Ecuador.
Esto se relaciona estrechamente con la importancia de potenciar la identidad de las distintas regiones, barrios y ciudades, a través de los materiales y las operaciones que apunten hacia un estilo de vida en comunidad, donde existan más y mejores relaciones entre vecinos, y en consecuencia, el apoyo entre ellos.
Sin desmerecer el gran aporte que pueden entregar las tecnologías, es posible que un punto de partida social -enfocado en primer lugar a responder a las personas- sea un soporte más fuerte, eficiente y permanente para la arquitectura sustentable del futuro.